Es un hecho que la moda española, como industria, está en auge.
De la prosperidad en cúanto a creatividad se refiere, no se si da para decir tanto.
Más o mejor que estancada, sigue estrictamente fiel a sí misma.
Amén de los jóvenes creadores que vienen a dar otro aire a la parrilla ibérica.
Cibeles es lo que es: ni atrapa, ni desazona, comete.
Vamos que ni frío, ni calor: templadito.
No da para grandes emociones.
Vamos, que si fuera una obra, nuna sería una tragedia griega.
Los clásicos, cómo Larraínzar, Del Pozo o Schlesser, presentan colecciones eminentemente diurnas y vanguardistas, para mujeres prácticas y bien femeninas. Muy reales.
En general la tónica de la pasarela madrileña ha sido bastante desenfadada.
Hasta Vistorio & Lucchino, sucumben a las propuestas más de calle y menos de Triana, aunque sin perder su toque ornamental por excelencia.
Mención especial me merecen Duyos, Lemoniez y de nuevo juntos, Devota & Lomba.
El primero por su "aventura americana", el segundo por su sencillez multicolor y los últimos por su frágil y conseguida atmósfera.
David Delfín sigue siendo el único que me provoca. Algo.
Su punto sádico drástico, turba, su oscurantismo, inquieta, y guste o no, su puesta en escena es siempre esmerada y congruente.
Piezas limpias y severas, colores rotundos, modelos con aires circenses... directo al estómago, siempre.
De Miriam Ocáriz me chiflan sus estampados y ese toque tan suyo entre country-punk y muñeca japonesa/lady londinense.
Ion Fiz, aunque fuera de programa, da vida a la heroina de Dumas, Marguerite Gautier, una cortesana de alma pura y etéra, que flota en vez de desfilar.
Por último, las noveles aunque no por ello menos exitosas, El delgado Buil, que recrean su particular mundo de luces, cámara y acción, con una road movie californiana con cierto aire de film de autor.
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