Y lo feliz que estoy yo hoy con mi Beyoncé. Incomprendida hasta decir basta porque parece que merma mis miras eso de que lo
negro comercial sea mi música de cabecera. Pues sí, lo es. Y yo cuanto más pasetelosamente infumable es la canción, casi que mejor. De esas de coro de Iglesia.
Pero no por norma, no os creais. Ahí empieza y acaba toda mi simpleza. Yo creo que es un tic que me quedó de pequeña. Si fuera carne de Sorpresa, sorpresa, me chiflaría que entrara por el arco de mi puerta una Mariah Carey enjoyada hasta las tetas. Con una minifalda por encima del ombligo y un book bajo el brazo con los planos en tres dimensiones de su apartamento y un mapa detallado de la mejor estrategia de ataque a su vestidor, más un manual de instrucciones sobre cómo usar sus modelos sin morir asfixiada en el intento.
Y digo que ahí empieza y acaba porque ayer me asaltaba la duda: entre ir a ver Gomorra y quedarme en casa a ver los extras del dvd de Sexo en Nueva York, me quedé con la segunda sin duda ni ofensa. Aunque se me desmontó "la paradeta" cuando en la fnac esparcieron todas mis esperanzas por tierra.
Y eso ya no sé si es un tic de la infancia o producto de un inconformismo general y una echada de cierre al mundo real. A ese de la injusticia por bandera.
Y digo yo que que lo mejor que te puede pasar en la vida es dedicarte profesionalmente al sector de lo ocioso insustancial, para que así, en tus ratos libres, te puedas entregar a la profundidad, y no viceversa.
Aunque los límites, como en todo, no están nada claros y las líneas, se desdibujan y atraviesan.
Y no hay que cebarse con los estilismos de mi querida comadre miss B, que no estamos tan mal, hombre (al loro)!