
Antes que nada apuntalar un par de frivolidades sobre el desfile de Dior: Lucy Liu es definitivamente bizca y no tiene gusto ninguno y Marina Pérez y Maria Carla Boscono estaban de susto (no nombro a Masha Tyelna porqué me dan escalofríos). Sobre lo importante prefiero casi no entrar a opinar porqué me eternizo y es que en realidad tampoco tengo muy claro si el desfile en sí me ha parecido un refrito histriónico o un remember tirando a decrépito pero disfrazado de comedido. Y ese front row con Mo como parte integrante del consejo de sabias, no sé, me produce pálpitos anafilácticos y más escalofríos. Me parece a mí que a Galliano se le han atragantado aquellos maravillosos setenta y se lo han tragado los números, aunque por otra parte me da la impresión de que está encantado de la vida y descojonado de la risa a costa de sus Jackie O. de frenopático sito en Florida y su corta pega y colorea hecho de retales sobrantes de su alta costura. No se, no contesto, que yo venía a hablar de Yohji Yamamoto.

Suena la guitarra y no, no es tomatito entre bambalinas, es el propio diseñador en formato
cassette; es lo que tienen los genios, que tocan bien todos los palos, como los artistas multidisciplinares (y no miro a nadie), que vienen polifacéticos y heterogéneos de fábrica y por defecto.
Yamamoto tiene esa sobriedad nipona en las maneras que parece displicencia pero es circunspección, esa distancia que parece frialdad pero es prudencia y sabia cordura, convulsionó la moda de principios de los años ochenta cuando todo eran hombreras, tacones y excesos,
Mugler y Montana, y envolvió a la mujer en drapeados sin estructura que dejaban intuir el cuerpo femenino con igual o más sensualidad que los corsés o los
leggins de napa con
stiletto acharolado incluido. A este señor menudo le traumatizaron de pequeño las prostitutas que rondaban su barrio y decidió revelarse contra las siluetas y volúmenes propios del oficio más antiguo del mundo; así le dio por las sotanas monacales reconvertidas en vestidos y alcanzó la paz etérea con sus rupturistas deconstruidos.

Mister Yohji es un outsider en estado puro, de los que tienen imperio sin que se note, de los que tienen puesto corporativo pero alma de poeta ermitaño y misántropo, oscuro y retraído, de los que hacen de tu capa un sayo e influyen por los siglos de los siglos; de los que saben lo que hacen y hacen lo que saben, de esos a los que difícilmente les pones cara y cuyo caballo de Troya, es el convencionalismo.
