
Juan Carlos no es un genio loco.
Es un hijo de Gibraltar de profesión gitano y de sentir español.
Se crió en Inglaterra en el cumplir de una meta familiar y poco podían predecir sus humildes y emigrados padres que su decisión iba a alumbrar al maestro que tenemos hoy.
Galliano bebe de muletillas y luces.
De oro y de grana.
De feria, de fino, de sol, de Triana, de tablas. De farolillos, guitarra, cajón, rosas, jazmín, peineta, montera, banderillas y espada. De pasos, espinas, y tapas.
De cornetas y tambores.
De señora con mantilla, Giralda y Alhambra.
De la Carmen de Mérimée o la Duquesa de Alba.
Su temperamento es torero.
La pasarela es su plaza.
Su gesto es medido aunque burlesco, su mirada, desafiante pero honrada.
Su obra es desgarro puro.
Y su talento desangra.

No es el primero ni el último al que lo cañí le llama, le inspira, le cautiva, le ilumina, le seduce, le embriaga.
Tantos otros celebérrimos internacionalmente consagrados se dejaron y se dejan deslumbrar por "nuestra" cultura más popularmente "rancia".
Saint-Laurent nos dió la chaquetilla negra de lana bordada con espinas de trigo doradas, los smokings con blusas toreras, el sombrero cordobés, las faldas con fajines y la camisa anudada. Y Pilati, a veces, le rememora y reedita en versión actualizada.
Lacroix, mas papista que el papa, es y fué otro enamorado de la tauromaquia, de su ímpetu, de su parte histriónica, de su magia picaresca y de su vis trágica.
De ella se lleva empapando toda la vida, asimilando su sentimiento y expresando su gracia.
Y hablo de los toros como espéctaculo, desnaturalizado e inhumano, sí, pero fuente de vida, símbolo, letra escarlata, para el arte, la estética, y la historia de ese país llamado España.

Yo no soy de emblemas ni de patrias.
Pero tampoco soy de renunciar a la tradición más castiza, a la costumbre más casta.
A esa a la que dentro se la tiene por casposa, ridícula, prototípicamente generalizada, cutre y ajada pero fuera triunfa y se ensalza por aquello de que resulta "exótica", desconocida y extravagantemente llamativa por diferente y "rara".



Pero no hablamos ya de folclore localista sino de una realidad arraigada.




Hablamos de Goya, de Velázquez, de Julio Romero de Torres o de Zuloaga.


Hablamos ya no solamente de una corriente artística, de un movimiento, de una escuela, de una moda inventada, sino de un sentimiento, de una forma de vida, de una razón de ser, de un pasado y de un mañana que, guste o no, existe, y sí, se exagera, sobreactua y recarga, pero en esencia, es real y nos rodea aunque a algunos "acorrala".

¿Así que esto es España?
Pues obviamente no solamente se nutre de volantes, castañuelas, corridas, flamenco, buen vino y marcha.
España son tantísimas otras cosas, realidades, condiciones y circunstancias.
Pero los clichés "mandan".
Y no tenemos porqúe despreciarlos o maldecirlos aunque no nos reflejen para nada.










Sentir orgullo patrio es una cuestión totalmente personal y para mí, secundaria.
Cada uno que se sienta identificado con lo que le dé gana.
Pero yo, como muchos, me rindo ante los trajes de luces y las batas de cola cómo obras arte, birguerias, piezas magnas, ante Almodóvar, sus tacones, obsesiones, angustias y su Mancha, ante Penélope y su banal pero hechicera "facha", Cayetano y su racial hechura, Bardem y su maldita "irritancia"... porqué son la expresión misma de un talante muy nuestro, rezumante de pasión, efusión, alegría, fuerza, y maña.