Había una vez una niña Scrunchie que se metió en la cama y se despertó en París. En realidad fue volando, pero no cual colibrí, sino es uno de esos pájaros de chatarra que cada día le dan más miedo. Hacía frío, el más crudo de los inviernos, y su misión era darse un paseo por el mar. Ella no entendía muy bien como iba a ser eso posible en la ciudad de la luz que siempre es gris, pero eso decía en el trozo de papel que le había entregado un mensajero virtual. Feliz e incómodamente acicalada se echó la duda a las espaldas y se entregó a los brazos de la urbe que mató a Lady Di.
Con guantes rojos y los ojos bien abiertos, llegó al Palais de Tokio, en la avenida del Presidente Wilson, justo en frente de un mercadillo popular en el que los comerciantes y sus furgonetas atendían a sus populares clientes ajenos e inmunes a pieles, muchas pieles y un sólo destino: Elie Saab.
Scrunchie no domina para nada las artes fotográficas, no sabe encuadrar, ni posicionarse respecto a la luz, ni calcular distancias, ni dejar quieto el botón del zoom, y eso que su tío, es El artista multidisciplinar, pero allí estaba ella haciéndose un absurdo hueco entre tanto flash. Camuflado en la manada avistó a un lobo con piel de pivón y se dijo, éste es para Di, que tiene fama de saber apreciar la buena carne. Y lo que se cría en Paris queridos, no es fruto del combluterol.
El goteo de señoronas con síndrome de Benjamín Button no para: melenas, más pieles, acento americano, y payasismo universal; tacones, taconazos, y Nati Abascal queriendo llamar la atención entre tanta arpía de país árabe y sin chaddor al margen de cualquier situación internacional. De repente, un coche hace stop, y ¿quién es? La Pataky, su pésimo gusto, y un culo excesivamente respingón. La siguen Dita Von Teese con una calvicie incipiente a tener muy en cuenta, pero con un halo de porno fino muy bien llevado, y la joven Barton (Mischa).
La temperatura empieza a bajar y los tenderetes de fruta y verdura entre los que se intercalan bolsos a 10 francs no se inmutan: en tan poco espacio colindan dos mundos que ni se miran, se ignoran sin perdonarse la vida, y la niña Scrunchie, apatrida temporal, cruza la frontera embriagada por el olor a cítricos
Jean Paul Gaultier es uno de sus mitos y a ella no le importan los demás, sólo quiere saber si huele a mâle; pero a la puerta de su morada justo delante de los Arts et Métiers solo hay vallas y griterío, y de nuevo: desfile de berlinas a pie de acera
Más pieles, más prepúberes disfrazadas de señoronas y señoronas de prepúberes, y de nuevo, jugando al despiste, Nati Abascal, a la que Scrunchie había ya visto en varias ocasiones pero nunca había percibido lo desapercibida que puede llegar a pasar (la quiere igual, que conste). El zumo de naranja del súper es horrible, y Scrunchie se quiere sentar.

Todavía queda una hora para que desatraque su barco y ni siquiera la bella fealdad de Lou Douillon la hace recapacitar: se marcha a Colette a sentirse una más. Allí todo es muy tan, que se queda en ná. Y scrunchie sale de la tienda con una cajita de latón en forma de magdalena glaseada con la que se siente felicísima. No se ha dado cuenta pero la tontería se ha adueñado de ella, y ni sus pies destrozados, ni su hipotermia en los dedos pueden parar su hambre de bobada.
Todavía queda una hora para que desatraque su barco y ni siquiera la bella fealdad de Lou Douillon la hace recapacitar: se marcha a Colette a sentirse una más. Allí todo es muy tan, que se queda en ná. Y scrunchie sale de la tienda con una cajita de latón en forma de magdalena glaseada con la que se siente felicísima. No se ha dado cuenta pero la tontería se ha adueñado de ella, y ni sus pies destrozados, ni su hipotermia en los dedos pueden parar su hambre de bobada.
Sí, en un abrir y cerrar de ojos está en la tienda de Marky Mark, la misma en la que los dependientes invitan a la fantasía sexual más explícita y la ropa es de pésima calidad, pero el cartel de 33 euros la llama (porque desde que ve Lost, los números la tienen obsesionada), y la conmiseración que le produce la imagen de Marky en un mal día y como la dieta lo trajo al mundo la hace apiadarse de él y decide llevárselo a casa...total. Son casi las cuatro y hay que darse prisa.
En los campos Elíseos Ladurée está colapsdo y la tienda de Vuitton parece un almacén garage.
Una sala de fiestas no era lo que ella esperaba, prefería un burdel, un taller, un museo, o un corral, pero se supone que la magia no depende del lugar. ¿Y entonces el barco? Acababa de zarpar
...continuará.