
A mí este verano me está costando una barbaridad pensar. Son los calores o sin más la falta de ganas, Y siempre rondan por mi mente temas que esgrimir y exprimir, pero a última hora, la pereza, ella, siempre ella, me gana. Me vence en todo porque a mitades de Agosto aún no he hecho nada. No ido a hacerme ese D.N.I que estravié en algún momento entre Marzo y ayer. Ni mi tarjeta renovada de la bici. Ni siquiera he bajado a la caja, que literalmente, está a la puerta de casa, para decir que la visa no funciona. Curioso, porque solamente pasa en tiendas de ropa, lo que no sé yo si es un fallo técnico, mi sino, o mi subconsciente. Que de tecnología sabe una barbaridad. El caso es que claro, la tengo quemada de tanta rebaja y algunos bocados de nueva colección.
En Septiembre espero volver con las pilas cambiadas y el turbo puesto. Me tocan vacaciones la semana que viene y me voy con mal sabor de boca. Pero no pasa nada. Si algo sé es redimirme tarde pero a tiempo.
Ayer leía que una de las prohibiciones de los Juegos Olímpicos de Pekín, de esas que le gustan tanto al hombre blanco, y por ahí va la cosa, es no combinar mocasín negro con calcetín claro. Blanco, vamos. Eso de los códigos de conducta incluyan también normas básicas de estilo, me tiene muerta. Es muy inquisidor y propio de esa nueva forma de colonialismo: el cultural. Ese que es menos agresivo que el económico y más actual que el religioso pero igualmente dañino.
Aunque la verdad es que la cosa tiene su punto, ¿o no? Los chinos deben estar locos, claro, lo de no escupir tenga un pase (y eso que les han dado bolsitas individuales, de esas de los aviones pero en tamaño de bolsillo), lo de hacer cola en el metro, otro (eso también debrían sugerirlo por aquí), pero que lo del zapato negro y calcetín blanco haya trascendido de lo puramente anécdotico y supuestamente patrio a prohibición universal, me parece lo más.
Lo más absurdo, lo más cínico, lo más inócuo, lo más imbécil, lo más tonto, lo más insultante, lo más humillante, lo más bajo, lo más ridículo, lo más grotesco y esperpéntico jamás oído.
Eso haciendo una lectura profunda. Con la que está cayendo en el gigante rojo me parece muy fuerte poner el dedo esa mini llaga: una cortina de humo.
Pero a ojos irónicos de un espectador de vuelta de todo, me hace gracia la sugestión impositiva, primero porque presupone que existe el buen gusto global y segundo, porque el estilo de una nación, también la hace más grande.
¿Educación sentimental? No, entrenamiento de moda.
¿Educación para la ciudadanía? No, civismo del savoir combinar.
¿Código penal? No, código del vestir.
Lo próximo será que en lugar de abogados del estado haya abogados del buen gusto, y no se me ocurre nadie mejor para ese puesto que Jousi para defender nuestros intereses comunes en cuestiones de ropa. O no, mejor todavía, Nati Abascal. Aunque le cueste hilvanar más de dos palabras seguidas sin tropezar.
Eso sí, la de denuncias que se pondrían desde el minuto cero colapsarían todavía más si cabe el sistema judicial...